Alusión

Estaba en un cuarto oscuro, implacable. Resbalar, rodar un poco pero violentamente por la cuesta del alma fragmentada, verla desprenderse de la sonrisa, llegar al fondo, lamerse las heridas, ponerse en pie y seguir andando.

No quería volver a andar la senda, tan vacía y estéril como el empedrado de la calle principal de un pueblo polvoriento. La boca miente cuando el corazón calla, pero ¿qué hace la boca cuando no es vista ni escuchada? No hay caminos falsos en el rumbo que se elige, pero sí hay rodeos azarosos, parajes recónditos que brillan un instante y de inmediato se oscurecen bajo su propia belleza, siempre ajena, lejana, incomprensible, inasible.

Pagó una fortuna por ese abrazo enfermizo, que no hizo más que herir aún más su alma, siempre tan frágil aunque eterna. Se levantó buscando a tientas la dignidad y el decoro. Bebió directo de una botella con la que tropezó y que posiblemente derramó parte de su contenido en la alfombra, reavivando viejas manchas que pronto se sintieron como pústulas supurantes.

Salió del lugar. La ciudad despertaba. Quiso andar y su cáscara de carne se desvaneció en un silencioso andar de llanto. Su ser yacía en otra parte, en otra oscuridad buscaba el tesoro extraviado. Luego recordó el brillo de perlas, la tersura del cristal, la blancura del marfil, el tintineo de joyas caleidoscópicas, el reflejo infinito de una luz propia que emanaba de aquella dicha personificada.

Sin peso, como se encontraba, fue empujado por el viento a una mesa arrinconada, donde su hambre atinó a ordenar café y algún otro alimento. Al final del plato halló un bocado de presente. Miró alrededor, otros comensales ocupaban poco a poco algunas mesas. La bruma del café del día empujó la fría paciencia nocturna y pudo llorar, y cuando las lágrimas trajeron al fin su alma de vuelta al cuerpo y pudo hacer recuento, no solo había extraviado una gran suma de dinero.

De pie de nuevo en la calle, mezclándose entre los transeúntes, quiso andar de vuelta sobre sus pasos. La ciudad, que parecía intuir su objetivo, estrechó sus calles, cerró puertas, cambio rutas y mudó personas, y en aquel lugar que fuera un templo, no había más que desconcierto, soledad y ausencia.

Regresó a casa. Tomó una ducha, durmió hasta tarde. Con cara gris y gesto sombrío, sonrió de nuevo a la vida. Bebió cerveza, rió con amigos, disfrutó programas y películas, resolvió acertijos profesionales, y por noches enteras miró al techo, repitiendo obsesivamente un nombre.

Para K.

I.P.S

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